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    Leyenda jienense: La Niña de la Comba

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    Según cuenta la gente de la calle Alguacil de Jaén, en ella existía antiguamente una casa que estaba encantada.

    Cuando yo la conocí, estaba casi en ruinas y en ella vivía una de las primas de mi abuela Dolores.

    Aquella vivienda la recuerdo perfectamente, un gran portón siempre abierto a propios y extraños, a la derecha unas oscuras escaleras conducían a una bodega abovedada habitada por una gran familia y amigos de mis padres.

    Había unos retretes que eran tres agujeros en el suelo, aquello olía a humedad y daba pánico entrar.

    A continuación, había un gran patio con balconadas de madera pintada en morado y en el centro un pozo, tenía una amplia escalera para subir a las plantas superiores, tres que yo recuerde.

    La parienta de mi abuela vivía en la tercera planta que era el terrado del edificio.

    Aquella señora era viuda de guerra con nueve hijos que tenía desparramados por la geografía española, ya no sabía si su Josefina estaba en Barcelona o si su Eufrasia estaba en Bilbao.

    El caso es que estaba sola y enferma, mi abuela viuda y sola también, alguna que otra tarde se iba a hacerle compañía.

    Una de aquellas tardes primaverales mi madre decidió acompañar a mi abuela y después de salir del colegio pusimos rumbo hacia la calle San Andrés que es donde desemboca la calle Alguacil.

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    Después de un buen rato en aquella habitación con suelo de yeso y techo de cañas, mis hermanos y yo pedimos permiso para bajarnos a jugar al patio, ya que desde la baranda del pasillo habíamos visto a una niña jugando sola con su saltador que incesantemente nos repetía:

    venir a jugar conmigo, venís a jugar conmigo, mientras cantaba aquella canción de una, dos y tres…..

    Mi madre accedió a que bajásemos al patio, y aquella señora fue prudente diciéndonos que tuviésemos cuidado con la escalera, la verdad es que la distancia entre peldaños era de una altura considerable.

    Al llegar al patio la niña ya no estaba, pensamos que se había marchado a su casa, de pronto escuchamos a la niña cantar la canción desde aquellos oscuros retretes.

    Mis hermanos y yo entramos y de repente todo quedó en silencio, el cual se interrumpió con un portazo que dejó la zona más oscura, como una flecha y envueltos en pánico salimos de aquel infierno y subimos las escaleras de dos en dos.

    Al llegar arriba y mirar al patio volvimos a ver a la niña con su saltador y su canción… Una, dos y tres….  y volviendo a insistir en venir a jugar conmigo, venís a jugar conmigo.

    Aquella casa al poco tiempo la cerraron y apuntalaron, ya que el peligro de derrumbe era inminente, la parienta de mi abuela se realojó en otra casa vieja entre las calles Santa Cruz y la calle el Rostro cuando tenía salida muy cerca de la fuente de Los Caños.

    Por casualidad una tarde de verano de hace unos treinta y tantos años pase por dicha calle, y aún se conservaba alguna ruina del edificio incluido el antiguo portón que como antiguamente se encontraba abierto de par en par.

    La curiosidad pudo conmigo y a pesar de su pésimo estado me asomé al patio para recordar momentos vividos en aquella casa.

    Al mirar hacia arriba donde vivía la pariente de mi abuela y por donde mi madre y hermanos anduvimos algunas veces, vi momentáneamente de nuevo a la parienta de mi abuela con aquella niña de la mano, y nuevamente me insistía:

    venir a jugar conmigo, venís a jugar conmigo…

    En una de mis conversaciones que mantuve con uno de mis tíos salió a la palestra aquella señora de la cual no recuerdo su nombre, mi tío me dijo que su chacha murió en el 74 y fue la última oportunidad que tuvo de ver a sus primos segundos.

    La conversación dejo claro que su tía tenía medio perdida la cabeza desde que una de sus hijas, la más pequeña, jugando a la comba callese al patio desde la baranda de aquella casona, matándose en acto.

    Texto Miguel De La Torre Padilla

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